Hace poco terminé de leer Brooklyn Follies de Paul Auster, libro más que recomendable me permito decir. El caso es que aparece una anécdota sobre la lápida de Edgar Allan Poe que me doy el placer de reproducir parcialmente.
Cuando Poe murió en unas condiciones calamitosas, todo hay que decirlo, un pariente suyo encargó la lápida para su sepultura. Como en los propios relatos de Poe la negrura del destino persiguió a su propia muerte y la cargó de un humor tan negro que supera todas las expectativas del más sarcástico. El taller del marmolista encargado de realizar la lápida se encontraba justo debajo de las vías del tren, un día dio la casualidad de que descarriló (el tren) y la lápida quedó aplastada. Como su pariente no tenía suficiente dinero para encargar otra, Poe se pasó 26 años enterrado en una tumba sin nombre. Los encargados de ponerle lápida fueron una comisión de maestros que tardaron nada más y nada menos que diez años en conseguir el dinero para encargar una lápida digna del literato.
Los restos de Poe fueron exhumados y llevados a un cementerio de Baltimore. En este "reentierro" se invitó hasta al último poeta norteamericano, los cuales ignoraron la invitación.
¿Conclusiones? Si usamos el clásico dicho inglés:
Life's a bitch and then you die
No hay comentarios:
Publicar un comentario