Ayer fue mi último día de clase. Sí el último. Ya no habrá más días como esos. Verdaderamente he de reconocer que es todo un alivio, porque más de una vez he tenido violentos movimientos de cuello al reconocer que me estaba quedando dormido en la primera fila. Y es que no hace falta mencionar que escuchar a un individuo hablar durante 50 minutos sobre buenas prácticas en el desarrollo de interfaces de usuario, es como poco un castigo infernal. Tampoco hace falta ni mencionar, que he visto a más de uno quedarse dormido descaradamente con la cabeza hundida entre los brazos.
Si la especificación del BOE no falla, he debido de cursar algo así como 3750 horas de clase. En jornadas laborales de 8 horas serían 469 jornadas. Si un año tuviera 250 días laborales hablaríamos de algo así como 1,876 años. Me entra congoja según lo escribo.
El caso es que tras terminar todas estas horas, verdaderamente la sensación no es puramente de alivio, es de desconcierto. Debe de ser similar a la del quinqui que tras llevar en la cárcel mucho tiempo es liberado. Todo el tiempo ha estado esperando ese momento, pero cuando llega no sabe muy bien qué hacer.
Otra sabrosa ironía de la vida sin lugar a dudas.
6 de junio de 2007
La última clase
en 11:03 p. m.
Etiquetas: pensamientos
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2 comentarios:
Más congoja supondría si pensaras todo el dinero que pagas por ello teniendo suerte sacándolo todo a la primera. Mire por donde se mire es un mundo de sufrimiento, eso sí más para unos que para otros desgraciadamente.
un saludo
PD: veo que has publicado el correito que te mande de estrategias empresariales ;-)
Comparto todo tu estupor. La comparación a la salida de la cárcel es totalmente cierta, y casi doy gracias de que puedo seguir sin plantearme qué he hecho de útil estos cinco años, gracias al trabajo anabelero y al pfc que aun colean.
Por cierto, planeo cierta camiseta desconcertante para el festival, te cuento si al final la encargo :)
La entrada anterior del burro es matadora, virgen santa.
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